El pequeño Juan y su amigo eran como hermanos. Una tarde, apenado, Juan le pidió a su amigo que le fuera regresando las cosas importantes de su vida. Es que Juan vivía apasionadamente, pero olvidaba enseguida. Estrecharon sus manos y su compañero

prometió hacerlo siempre. Así pasaron juntos la infancia, cosechando travesuras. Y, pasando un tiempo, El memorioso se las recordaba a Juan, que reía. Los años pasaron y con ellos la juventud, pero aquel pacto de niños permaneció intacto. Hasta que un día, la muerte los separo. Hoy su mejor amigo lo visita en el cementerio y dice: Juan, amigo, perdona no te recuerde tu muerte, es que temo hacerlo y que No te rías, es que espero la olvides y vuelvas un día.
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